lunes, 17 de diciembre de 2012

La fuerza indescifrable de lo femenino

Mi abuela - la madre de mi padre - fue una mujer de excepción... ella y su hermana trabajaron desde jóvenes para que sus cuatro hermanos obtuvieran una carrera profesional en universidades públicas, que en la época en que mis tíos abuelos asistieron - al Poli y a la UNAM - si costaban.
Mi abuela, además, vivió con un abuelo que siempre estuvo persiguiendo su historia a través de la acción política, y que por ello convivió con su familia de manera intermitente, y a pesar de que en ocasiones no aportaba mucho al capital financiero de la familia, siempre - hasta donde yo recuerdo - fué tratado con respeto y sin reproches por algo que hubiera dejado de hacer en el pasado, un pasado precario en lo que respecta a ciertos momentos de la historia familiar.
Las dificultades iniciales en la vida de mis abuelos, no impidieron que mi abuela se ocupara de trabajar, formar un patrimonio y enviar a sus hijos a la universidad; además se dió el lujo de vivir hasta los 100 años.
La universidad de mi abuela fué el sentido común, y lo profesionalizó; trabajó y se jubiló del Seguro Social sin tener una carrera, pero con un férreo control de abastecimientos en el área de la cocina. Tuvo - entre muchas cualidades - una que considero forma parte de mi herencia moral: su capacidad de aceptar a los demás como son, no como pensaba que deberían ser.
¿Por qué se me viene a la memoria?
No es lo navideño ni la nostalgia, es reconocer en otras mujeres rasgos del carácter que le permitió a hijos (propios y asimilados) y nietos de mi abuela tener los cimientos para forjarse una vida buena, en  el sentido que lo propone la ética.
Esa fuerza que a una la va sacando adelante es el compromiso que se asume al vivir "con y para otros" (como lo dice Paul Ricoeur), y lo traigo a colación porque en la historia de mi abuela, esos "otros" que fueron primero sus hermanos, después su marido, después sus hijos, después los hijos de otras mujeres, y así sucesivamente, son quienes contribuyeron a que ella consolidara una historia... que no es de grandes viajes ni heroicas hazañas, sino la historia que se constituye de ir avanzando en lo cotidiano sin desgastarse por los reproches hacia quien - en cierto momento - la pudo haber abandonado a su suerte y ocupándose de lo importante, lo que permite afianzar el futuro.
Así, con esa fuerza de mi abuela, veo a muchas mujeres a mi alrededor, y me resulta irresistible no responder a su esfuerzo. Son mujeres quienes de pronto parecen abandonadas a su suerte y  posiblemente porque se encuentran en el vértice del caos - quien sabe por cuáles medios o a través de que milagro - comienzan a reconstruir su circunstancia, la transforman - no tan rápido como quisieran, pero lo consiguen.
Ayer una compañera de trabajo, hoy la mamá de uno de los compañeros de escuela de mi hija... todos los días me topo con una historia que inicia con una ruptura - o un quiebre - que tambalea seguridades y certezas... y que obliga a reconstruir y a seguir porque no puedes quedarte simplemente lamentando tu situación.
Tal vez la fuerza para comenzar a reconstruirse está en esas historias que compartimos en las que abrazamos, lloramos, y buscamos consolar, porque nunca eres ajena del todo a la problemática que te comparten. O puede surgir de ese dinero que algunas no podemos ahorrar porque terminamos comprando la crema, la bufanda, la comida, movidas por la solidaridad y respeto que nos merece el esfuerzo del que somos testigos.
Cada vez que la vida me pone frente a una amiga en una circunstancia difícil, lo que alcanzo a ver es una mujer que se las está ingeniando para asegurar que los hijos tienen lo básico para ir saliendo adelante, y en las luchas personales esto significa muchas cosas, porque dependiendo de cada historia puede uno darse cuenta que buscan desde asegurar techo y la comida para los hijos, atienden y apoyan el desarrollo de sus capacidades y autosuficiencia - insistiendo que aún en las condiciones más precarias asistan a la escuela - o se esfuerzan por permancer con ellos hasta donde les de la vida, porque necesitan de ellas; aquéllas que le han dado batalla al cáncer porque saben que tienen que estar allí para sus hijos, porque la condición de vida del hijo se lo demanda, o simplemente porque les hicieron una promesa que están dispuestas a cumplirles.
Vivir con y para otros...  no es una fuerza indescifrable, es un esfuerzo fincado en el cuidado de los demás.


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