domingo, 2 de diciembre de 2018

2 de diciembre de 2018


Me educaron transitando por muchos escenarios; la historia familiar, la biblioteca de mi abuelo, el colegio de monjas, la Revolución Mexicana, el otro abuelo que comenzó en el PCM y terminó en el PRI, mi abuela migrante y mi abuela huérfana, ambas abriendo camino hacia adelante para sus familias, el temblor del 85, las enfermedades y los centros hospitalarios, un bebé muerto en los brazos y la discapacidad… entre otras vivencias, me educaron para transitar por muchos escenarios y desarrollar el hábito de someter a la duda las creencias, eligiendo en un momento dado creer con una buena dosis de suspicacia cuando uno entiende que el tránsito por la vida no reside única y exclusivamente en la voluntad de una.
A principios de año a mi hijo lo seleccionaron en un programa corporativo que llaman de “talentos” pero lo mandaron a trabajar en los sótanos de la empresa, donde encontró que todo el “glamour” del “Acuario” (nombre más que apropiado… las especies marinas encerradas en condiciones óptimas se lucen ante los ojos de los demás y de sí mismas) … en fin, que todo el “glamour” del “Acuario” está sustentado en algo muy parecido a la historia de “Omelas” de Ursula K. Le Guin: maltrato, abuso, incompetencia, pudrición, abandono.
(Es decir, no es un cuento aquello de que la comodidad de pocos – porque está muy lejos de llamarse felicidad – está construida sobre la miseria de muchos.)
Aquél socavón de Cuernavaca, y tantos otros que de pronto se abren desde las entrañas de la tierra y desgastan el piso frágil sobre el que nos movemos no son metáforas, son realidades… pero en el caso de lo social, son graves y urgentes. Si no nos percatamos que nuestras vidas se construyen en terrenos que se están desgastando por dentro, si el gigante tiene pies de barro y no lo sabe, esto se va a desmoronar.
Escucho, leo e interpreto que para muchos la esperanza parece ser una llave sólida que abrirá la puerta del futuro o una solución milagrosa… la esperanza – en mi experiencia - es frágil y sus realizaciones no son las que imaginamos, tenemos que reconocer los límites de lo humano y de las capacidades. También tenemos que reconocer que los logros – tan lejos del “y vivieron felices para siempre” – son resultado de la solidaridad y un tejido social que está vivo y es pensante, que suma voluntades por encima de las recriminaciones y rencores.
Yo no creo en milagros que le dan vuelta a la realidad de acuerdo con lo que uno imagina… creo en pequeñas victorias que tendríamos que ir sumando para consolidar logros y esto requiere limpiar el sótano, convertirlo en un lugar habitable y  - ante todo – apostar por un desarrollo humano que se ve constreñido ante la terquedad infantil en la que muchos permanecemos, en la que esperamos que otros nos den y otros se adecuen a nuestras necesidades (legítimas) y nuestros caprichos (cuestionables)… sacar la impotencia del sótano, aprender a vivir con una realidad que entre todos podemos gestionar para dignificar la vida… ese es el reto.
“Antes que saber, prefiero dudar” (Dante) … me quedo con mis dudas, ofrezco la voluntad de la escucha, el diálogo y las acciones que devengan de ello para construir las pequeñas soluciones desde la base, y al tiempo… a ver cuánto maduramos en el camino.

Luz Castillo
2 diciembre 2018