sábado, 9 de mayo de 2015

Perder el miedo, cultivar la esperanza


No sé si quienes me conocen de hace tiempo se acuerden de este rasgo mío... le tengo pánico al vacío, he hecho rappel, pero no es precisamente mi actividad favorita; alguna vez me he puesto un snorkel y después de un rato lo he dejado, nunca me he subido a una montaña rusa de aceptables dimensiones... en mi proyecto de vida no está lanzarme en paracaídas, o bungee o algo por el estilo... detesto las tirolesas y hasta los 52 años nunca consideré la posibilidad de bajar por un tubo de bombero.
El año pasado, sin embargo, la tentación de mi hija por bajar por el tubo era mucha... e ignoro porqué, me decidí a enseñarle; la semana pasada repetimos el experimento, sin que quien esto escribe pueda afirmar que salió sin raspones del asunto... a los 53 uno no debería hacer esto, creo, pero soy hija de mi padre y que le vamos a hacer.
Pensando en la experiencia, esto tiene que ver con superar el miedo; si algo he aprendido en estos años de hacerle de mamá, es a esto, a superar el miedo.
Cuando la vida te pone en contacto con otra persona, vulnerable, dependiente, frágil... como lo es un bebé recién nacido, un niño pequeño, una persona con discapacidad o un anciano, no queda de otra, porque se necesita actuar, no se puede esperar que la circunstancia se resuelva sola.
Ese es la gran lección de la vida, cuando te comprometes en serio con el proyecto de otro. En particular, cuando uno ejerce de madre o padre - más allá del hecho biológico - se encontrará haciendo y enfrentando situaciones que nunca puso en el proyecto de vida que especulaba en un momento dado: desde superar el miedo al vacío (no del todo, pero es algo) hasta el enfrentar una injusticia... pensando siempre que el final de la tarea es lograr que el hijo se exprese con su propia voz, que la encuentre a partir de escuchar y escucharse, desde fuera y desde dentro... cultivándola, ejercitándola, perdiendo el miedo, superando aquéllos propios y los que le vamos heredando en esta sociedad de "Miedo líquido".
Yo no he podido superar el hecho de poner inyecciones... y la vida ha sido lo suficientemente generosa para que no tenga que hacerlo hasta el momento... pero entiendo que ejercer la maternidad y la paternidad implica dejar a un lado los obstáculos que uno mismo se pone, superar prejuicios, aprender a hacer, aprender a aprender... sumergirse en el otro que está a tu cuidado, para que con el paso del tiempo se convierta en lo que está llamado a convertirse.
Y para eso, la esperanza y la posibilidad; la búsqueda de perspectivas distintas sobre una misma situación, la capacidad de abrir camino y después dejar que el otro se lo abra, son tareas irrenunciables, porque forman parte de estar vivo.
Deberíamos dejarnos de estas divisiones de padre y madre... de biología y legalidad... y darnos oportunidad de reconocer nuestra ineludible responsabilidad por hacer para todos un mundo donde se vida decentemente, incluyendo siempre a quienes - por nuestros juicios, prejuicios y culpables olvidos - dejamos en estado de vulnerabilidad y fuera de la dinámica.
Hay que celebrar el cuidado, el respeto y la responsabilidad a través del gozo y el reto que nos ofrece la presencia de los hijos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario